“El Príncipe Aladino y el Secreto del Palacio Encantado”
Érase una vez el príncipe Aladino (1) y su espejo mágico (2). Este, se encontraba en lo más lejano de Hawaii (3), y a partir de ahí siguió su viaje hacia la India, una de sus ciudades favoritas, donde acabó visitando toda la parte de Bombay (3) en el transcurso de su arduo viaje, en el cual tuvo que pasar la noche en un barco pesquero. Durante su travesía nocturna, Aladino y la tripulación surcaron los mares, pero, con lo que no contaban, era que un suave susurro de voces les acechara desde cerca. Los marineros, que ya habían hablado sobre las distintas leyendas del mar, comentaron que en esos mares, solía haber criaturas que no eran visibles para cualquiera, estaban hablando de las sirenas (4) y sus susurros embaucadores.
Por muchas leyendas que les contaron a los marineros, al final, estos terminaron por caer en el hechizo de sus susurros, así que Aladino les dijo que lo mejor era que lo acercaran a la costa más cercana. Anduvo por toda la costa, hasta que tuvo que pernoctar. Se metió en una cueva, que parecía profunda. Mientras Aladino dormía, unos ruidos lo despertaron desde el fondo de la cueva. Él, que de por sí era curioso, decidió ir a buscar lo que los provocaba. Siguió, hasta que se topó con un cofre mágico (5) protegido por unas esferas del dragón (6) que estaban envueltas en fuego. Esto ocasionó que nuestro protagonista sintiera tanto calor, que se tuvo que quitar sus harapos.
Aladino, con cuidado, empleó toda su concentración y destreza para poder acceder al cofre. Sudando, se acercó lentamente, de puntillas, para no hacer ruido, hasta que, sin esperarlo, el cofre se abrió como por arte de magia delante de él. De ahí, salió una enorme luz, Aladino tuvo que cerrar los ojos porque aquella iluminación no le dejaba ver. Cuando se acostumbró a la luz, Aladino pudo observar a una criatura, una tortuga misteriosa (7).
De repente, cuando esta criatura emergió, otra luz brillante surgió del bolso de Aladino. En ese momento recordó que tenía en sus posesiones a su fiel compañero, su espejo mágico. Este salió flotando del bolso hasta que llegó a la tortuga. Cuando esta lo miró, en el espejo salió el reflejo de un mapa, con dirección a una especie de palacio. El animal miró a Aladino y sin necesidad de palabras, supo que tenía que surcarse en esa nueva aventura e ir al palacio.
Durante el camino, después de la mirada de aquel ser, Aladino experimentaba una sensación de vacío en el pecho. Pues sentía la necesidad de volver a casa, de ver a sus familiares, de poder ayudar a aquellos que más lo necesitaban…
Después de mil y una noches (8) de travesía, consiguió llegar al palacio. Su cara era de asombro, ya que el palacio era pequeño, viejo, y no parecía muy resistente, no había nadie fuera ni a los alrededores.
Cuando Aladino se atrevió a entrar, otra luz lo deslumbró, su cara de asombro era enorme, no se podía creer lo que estaba viendo. Constaba de un gran recibidor, con dos escaleras rodeando la sala que daba acceso al segundo y tercer piso. Múltiples puertas a su alrededor, hasta que, una de ellas, una persona diminuta, que apenas tocaba el suelo, volaba hacia él. Era el hada madrina (9), la cual le dijo que le iba a conceder tres deseos. Aladino aún seguía incrédulo, con la boca tan abierta que podía hacer un círculo perfecto. Cuando pudo procesar, miró al hada madrina, ella lo miró a él, y ambos sonrieron, no habían hecho falta palabras, sus deseos iban a ser cumplidos.
FIN
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