JUAN Y LA CAJITA MÁGICA
Había una vez un joven llamado Juan, que vivía en un pequeño pueblo humilde con su tía María, la cual lo cuidaba desde que sus padres fallecieron en un accidente de coche. En el pueblo, todos sus habitantes eran meros trabajadores con pocos recursos y pasaban muchas horas trabajando para poder comer. Juan tenía un perro llamado Bubu, al que adoraba y le encantaba tirarle la pelota para que se la trajera. Un día, mientras lo paseaba, se encontró con un mercadillo peculiar donde se intercambiaban todo tipo de cosas inusuales. Juan, curioso por naturaleza, decidió explorar y descubrir por sí mismo los objetos que tanto le llamaban la atención.
Los puestos eran coloridos y todos vendían objetos extraños y llamativos. Entre ellos, Juan vio a un anciano, el cuál le pedía que se acercara a él. Abrumado por la curiosidad, Juan se acercó a éste y el anciano sacó de su bolsillo una cajita pequeña. Le propuso intercambiar a su perrito Bubu por ella, ya que contenía en su interior un polvo de color amarillo que de seguro cambiaria su vida, pero el precio a pagar era su gran amigo Bubu. Juan no quería por nada del mundo aceptar la propuesta, pues su perro era su mejor amigo. Pero el anciano le aseguró que si aceptaba, tendría una gran fortuna para toda su vida y nunca le faltaría nada. Solamente debía enterrar la cajita en el jardín de su pequeña casa y frotar la tierra. Después de pensarlo mucho y consciente de las necesidades que tenían él y su tía, Juan accedió fascinado y convencido por las palabras del anciano.
Esa misma noche, mientras observaba la tierra que cubría la cajita, Juan pensó en su situación. Vivían en una pequeña casa a las afueras del pueblo y apenas tenían suficiente comida y dinero para llegar a fin de mes. Entonces, salió corriendo de su cama y decidió cerrar los ojos para frotar la tierra¹ mientras le pedía con todas sus fuerzas que le ayudase a mejorar su vida. Para su sorpresa, notó cómo debajo de la tierra salía un color muy amarillo y que comenzó a desprender mucho brillo. Una voz grave dijo que su deseo sería concedido, pero solamente si se comprometía a usar su magia sabiamente y con responsabilidad, porque de lo contrario, tendría graves consecuencias.
Al día siguiente, cuando Juan se despertó, descubrió que su casa llegaba hasta las nubes y además tenía muchas plantas. Era sin duda, la más alta y bonita de todo el pueblo. Sin embargo, él se había convertido en un hombrecito diminuto como el pulgar de una mano². Aún así, eso no le importaba mientras tuviera riqueza y poder. Como desde lejos se veía su nueva casa, la noticia se propagó rápidamente por el pueblo y pronto llegaron las visitas para pedirle a Juan que usara la magia de la cajita para ayudarlos. Juan les advirtió que era necesario que fueran responsables y el pueblo entero aceptó.
Juan accedió y pidió a la cajita mágica que ayudara al resto del pueblo, marchándose tranquilo y emocionado a la cama. Al otro día, todos los habitantes de su pueblo eran personas diminutas y las casas enormes, todas lujosas. En un primer momento, todo el pueblo se vió aliviado, pues pensaban que ya se acabaría la escasez de comida y podrían vivir sin trabajar y sin responsabilizarse de nada.
Pasaron unos días y se hizo una fiesta. La gente se sentía feliz, menos Juan, pues echaba de menos a gran amigo Bubu y a veces pensaba si valía la pena toda la riqueza que tenía a cambio de su cariño y las horas jugando a la pelota que pasaban juntos. Un día de repente, cayó un rayo, el cual formó un círculo en el cielo. Todo el pueblo se asustó por el gran estruendo y mirando hacia arriba viendo cómo descendía un gigante con cara de pocos amigos³.
Todo el pueblo estaba asustado, por lo que se cobijaba en sus casas mientras el gigante paseaba por el pueblo tranquilamente. El gigante decidió convertirlos a todos en sus sirvientes y que estuvieran pendientes de él para satisfacer sus caprichos. El gigante se apoderó de todas sus pertenencias y los encerró en un establo para dormir. El pueblo, arrepentido por su avaricia, le pedía a Juan que por favor buscara la manera de revertir el hechizo, puesto que preferían trabajar y volver a sus vidas.
Un día la tía de Juan se preparaba para ponerle al gigante la sopa en la mesa, pero el plato pesaba tanto para sus diminutas manos que sin querer se le cayó la sopa encima del gigante, que saltó por el quemazón que la sopa le estaba produciendo. El gigante se puso tan furioso que encerró a María en un cuartillo con una pequeña ventana.
Juan, preocupado por su tía decidió ser valiente e ir en su búsqueda, pero no la encontró. Un cocinero que lo había visto todo, le dijo a Juan lo que le había pasado a su tía. Entonces, desesperado, fue en silencio hasta su cajita y le pidió por favor que le ayudara a salvar a su tía porque que no quería perderla a ella también. De repente, de la tierra brotaron unas botas aparentemente comunes. A la mañana siguiente, Juan se puso sus botas y cuando estaba barriendo entre los arbustos, oyó la voz de su tía que lo estaba llamando por la ventana. Juan corrió guiado por su voz y se dio cuenta de que estaba encerrada en la habitación más alta de la casa, a la cuál era muy difícil acceder. Ansioso y preocupado, quiso trepar por la pared⁴. Se dio cuenta que las botas se quedaban pegadas a ésta y comenzó a trepar. Una vez arriba, la tía le contó que la única manera de derrotar al gigante era dejarlo inconsciente.
Juan, decidido, cogió unas gomas y creó un tirachinas⁵ y esperó pacientemente a que el gigante saliera a dar su paseo por el campo. En un momento en el que gigante se distrajo, Juan, con el gran tirachinas, le tiró un piedrazo tan fuerte que el gigante cayó al suelo al instante y, como por arte de magia, se desvaneció como los fuegos artificiales.
El pueblo, agradecido y habiendo aprendido la lección, se arrepintió de lo sucedido y los habitantes deseaban volver a su vida, pero Juan no sabía cómo podía revertir todo lo que habían hecho. De repente se le ocurrió pedirle a la cajita volver a ver a su perro porque lo echaba muchísimo de menos. Juan se levantó triste y cuando volvió para casa, vio a lo lejos al anciano paseando, por lo que no se lo pensó y fue tras él. Cuando llegó hasta el anciano, le dijo que por favor le devolviera a su perro y que él le devolvería su preciada caja, pues los lujos que ella le ofrecía no eran tan importantes como el amor y la amistad de su perro. El anciano le sonrió y Juan se reencontró con su perro habiendo aprendido la lección.
Y colorín colorado, la adaptación de este cuento, se ha acabado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario